Una prosa diferente, donde los vocablos parecen ir subrayando el clima espiritual del protagonista con un ritmo peculiar, melancólicamente monocorde, caracteriza La espina, de Alejandro Carrión. La existencia de un hombre aislado, marcado desde la infancia por el pavoroso signo de la soledad, es analizada en un momento decisivo de su vida en que, más solo que nunca, resignado y rebelde, pide cuentas a su Creador. Y así, el desdichado protagonista va reconstruyendo sus recuerdos… Con un sondeo psicológico de singular hondura, Carrión describe los diferentes estados de alma de ese ser tan necesitado de amor. Tarde, demasiado tarde, el protagonista comprende que lo que envenenó su existencia fue el cadáver de un niño al que no dejaron ser tal, que se le siguió pudriendo dentro de su alma. La espina de la soledad, es el mayor dolor del hombre maduro, que reconoce su incapacidad para comunicarse con sus semejantes. Dice Carrión en las páginas finales de este libro denso y valiente: “Cuando, a la hora de morir, quiera, Señor mío, mi Dios, ofrecerte la flor de mi alma, mis manos se alzaran hacia ti chorreando pus: y tú deberás aceptarlo, porque ese pus es la flor de mi alma. Porque eso es todo lo que, en medio de la soledad, ha producido mi espantosa y desolada vida”.

Carpio, Campio. [Reseña sobre La espina], en Clarín (Buenos Aires, 8 de febrero de 1959).