Reúne tres libros: Divino tesoro, con vívidos relatos de la etapa estudiantil del autor; Muerte en su isla, ganador en 1969 del premio barcelonés “Leopoldo Alas”, el más cotizado para cuentos en lengua castellana; y La llave perdida, publicado en Caracas en 1970. En todos se encuentra al cuentista que recrea el alma verdadera de su pueblo, sin someterse a modas literarias ni a oráculos estéticos “sociales”.
Una pequeña muerte *•CUENTOS
En su introducción a este último tríptico –La otra orilla, Mala procesión de hormigasy El hueso de aceituna–el autor advierte que escribe “al caer de la tarde, a la hora adecuada para resolver no escribir cuentos nunca más”. Con su personalísimo estilo, con su habilidad para manejar argumento y personajes, con su hondo conocimiento de la sociedad ecuatoriana, con su ir y venir de la tragedia a la comedia, esta colección es siempre amena y fresca.
La manzana dañada * •CUENTOS
Corta colección de cuentos escrita cuando Alejandro Carrión era aún un colegial y en el país hacían sensación la obras del “Grupo de Guayaquil”. La obra, agotada durante varias décadas, se convirtió en una leyenda en las letras ecuatorianas. Cuenta varios episodios de la vida en una escuela primaria religiosa en Loja, “un olvidado rincón de la patria”. Es una historia conmovedora, que no ha envejecido, que no envejecerá nunca.
Obra “especialmente recomendada” en el Concurso Internacional de Novelas de la editorial argentina Losada. El jurado estuvo compuesto por Beatriz Guido, Roberto Giusti, Adolfo Bioy Casares, Attilio Dabini y Marco Denevi. Al explicar la decisión, Roberto Giusti dijo: “Un vivo debate […] que prolongará, apenas vea la luz, aquel que originó en el ceno del jurado, preveo en torno a La espina, del escritor ecuatoriano Alejandro Carrión, narración escrita con arte indudable, pero crudísima, diría, demoníaca, no en las palabras sino en los hechos, sobre cuyo protagonista, el relator, pesa un atroz sentimiento de culpa”. Según Carrión, su novela intentó “una anatomía de la soledad”.