En sus propias palabras… Vida

Diario íntimo (2)

Yo sé que si mi padre existiera, ya se habría comunicado conmigo o con mi madre o con alguno de mis hermanos. Para él, aún en la contemplación inefable, la ausencia de nosotros sería absolutamente insoportable. Nosotros podemos soportar su ausencia porque estamos rodeados de todos los demás seres que amamos.

Uno de los problemas que más preocupa, torturándolos, a los seres sencillos… mejor dicho, no problemas, sino misterios, es el siguiente: ¿Por qué, al morir los seres que nos aman, su alma inmortal jamás trata de comunicarse con nosotros? Los que se quedan, en especial los que son religiosos sinceramente, quedan sumamente afligidos, sumamente intrigados. ¿Qué destino le cupo al amado, para siempre ido, al otro lado, en la otra vida? ¿Cómo afrontó el supremo tribunal? ¿Cómo es posible que no haya tratado jamás de hacer llegar una noticia de tan vital asunto? Y no es solamente eso. Hay instantes en que las pobres almas vivientes, los pobres hombres y mujeres de este “valle de lágrimas”, atraviesan zonas de tan mortal desaliento, de tan extrema soledad, que no tienen más recurso que el elevar, desde sus corazones ateridos, perseguidos, oprimidos sin piedad, llamamientos urgentes, apasionados, impostergables a algún mensaje del ausente bien amado, cuya voz, cuya presencia, cuyo aliento podría confortarlos y cuyo consejo, tan extrañado, fuera suficiente para mostrarles, en esa oscuridad, el camino. Y jamás hay un signo, un mensaje, una pequeña brizna de comunicación. ¿Qué ha pasado? ¿Al cruzar el Leteo, los bien amados olvidan? ¿Es posible que olviden? ¿O no se les permite comunicarse? Pero… si no les permiten comunicarse con los que aman, jamás, aún siendo salvos, pueden ser felices. Serían una especie de forzados… Los prisioneros en las duras mazmorras de esta tierra, el peor castigo que sufren, la peor tortura, es la incomunicación. ¿Qué es lo que pasa?



Lo que pasa es simplemente que esos bien amados, a quienes la muerte arrebató de nuestro lado, ya no existen. Los ojos bien amados, el bien amado corazón, fueron o comida de los gusanos en el festín del ataúd, o reducidos a ceniza impalpable en el horno crematorio. Y el alma se fue, a unirse, dejando su personalidad distinta e inconfundible anonadada para siempre, con el cuerpo del Gran Todo, del espíritu del mundo. El hombre muere del todo al morir… si bien su materia y su alma son inmortales. Pero eso ya está dicho. La imposibilidad de comunicarse con ellos lo prueba indiscutiblemente.



¿Hay alguien que se haya comunicado con un posible habitante de la “otra orilla”? Yo mismo, en un cuento que lleva ese título, he relatado tres casos flagrantes de comunicación y uno más, una tentativa de rapto, diríamos, hecha desde ese milagroso país. ¿Fue la mía una invención? No. Fueron los tres primeros casos que ahí relató como efectos producidos gracias a la magia del alcohol, en realidad sueños que tuve en pleno estado de normalidad, sueños muy vívidos, que se quedaron en mi mente clarísimos, tal cual los relato. El tercer caso me fue relatado por un cuñado mío, que lo vivió en estado de embriaguez, pero con tal fuerza de realidad que no lo ha podido olvidar y que lo atormenta cada vez que le vuelve al recuerdo. Yo usé ese espléndido material para escribir un cuento, que es apasionante. Pero eso no significa que yo crea posible la comunicación. Yo sé que si mi padre existiera, ya se habría comunicado conmigo o con mi madre o con alguno de mis hermanos. Para él, aún en la contemplación inefable, la ausencia de nosotros sería absolutamente insoportable. Nosotros podemos soportar su ausencia porque estamos rodeados de todos los demás seres que amamos. Pero él esta totalmente solo, ya que los ángeles y serafines, querubes y arcángeles del Reino no son suficiente compañía, en especial para un hombre como él, introvertido, que no soportaba otra compañía en el mundo que nosotros. No, el mero hecho de que él no se haya comunicado con nosotros en los largos años que han pasado desde que lo perdimos, hace que sea solamente una ilusión la de la vida de ultratumba.


25.XI.68

Inédito PDF [ABRIR] Alejandro Carrión (1963)

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