[Versión completa, preservada por Pepa Eguiguren Burneo, la esposa del autor; nunca publicada antes de su muerte. Publicada por primera vez en Poesía completa (2010).]
Pequeña ciudadana, has llegado a mi vida
con la sonrisa dulce y la boca encendida
y yo he puesto mi alma, silenciosa y tranquila,
a soñar a las sombras de tus largas pestañas.
Deja hoy que mi palabra en amor se te acerque
y te diga al oído la verdad de mi alma:
mi devoción alegre por tu rostro moreno,
por tus manos de seda y tu cuerpo pequeño.
Son muy pocos los días que estás junto a mi alma
y parece que siempre junto a ella estuviste.
En tus manos mi vida como un juguete se halla
y tú puedes romperla o, en amor, conservarla.
Mis labios en tu brazo, antes de conocerte,
dejaron, indelebles, sus dos huellas ansiosas,
y hoy, que estás en mi vida, presente y amorosa,
puedo reconocerlas mientras mi sangre hierve.
Heroico te negué la entrada en mi pecho
mientras mis fuerzas de hombre pudieron resistirte.
Pero tú me venciste y yo estoy en tus manos
como la blanda cera en manos de un artista.
Tu boca, ¿lo recuerdas?, en aquel huerto joven
donde una tarde cálida sus oros derramaba,
me venció, estremeciéndome hasta el hondo misterio
donde vela el silencio nuestro propio destino.
Ahora, aquí, en mi pecho, pequeña dictadora,
con voz inapelable tus órdenes me dictas,
y toda el alma mía, tan libre y soñadora,
en servidumbre dulce, solo cumplirlas quiere.
Estás ya para siempre encendiendo mi calma,
preceptora de sueños, niñera de mi ansias,
maestra de la luz que visita mi alma
viniendo de la tuya con toda tu fragancia.
Tu negra cabellera con reflejos de cobre
la angustia me disipa al derramarse pródiga
sobre mi pecho de hombre, y mis dedos la tejen
como el destino teje la tela de mis días.
Cuando rodeo tu talla con mi brazo moreno
y miro, naufragando, tus oscuras pupilas,
toda mi sangre grita, lanzándose, violenta,
hacia la sangre tuya que la llama y enciende.
Acerca ahora a mi boca tu oído enamorado
y escucha este deseo que mi sangre me dicta:
tenerte entre mis brazos toda una noche eterna
y amarte sin cesar, con sed siempre distinta.
Tenerte así sintiendo bajo tu piel tan fina
la marcha desbocada de tu chispa encendida
mientras tus senos tibios, como dulces palomas,
junto a mi pecho tuyo fabricaran sus nidos.
Única pobladora de mi alma desierta
toda esta vida mía para ti ha sido hecha,
rosa esta sangre mía para tu sangre ardiente
tu boca y tu alma más para mi alma y mi boca.
Déjame que te diga mi verdad verdadera:
te quiero, Amelia mía, de tan loca manera,
que nunca, te lo juro, podrá existir un día
en que estés alejada de mi vida serena.
Pequeña ciudadana, has llegado a mi vida
con la tranquilidad de quien llega a su casa,
has tomado las llaves y has cantado en la puerta
y yo he pedido a Dios que nunca de ella salgas.
Loja, c. 1939
Pequeña ciudadana (c. 1939)
El manuscrito
El “pasillo”, Segundo Cueva Celi
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Alejandro
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